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La Niña Polaca

19 de febrero de 202319 de febrero de 2023

Las peores batallas en la lucha por el poder pocas veces se dan entre ejércitos enemigos

Una de las primeras grandes obras literarias de la civilización occidental es La Ilíada, historia del poeta griego Homero que nos muestra  una guerra cruel y sanguinaria donde se alaba a los héroes realzando sus proezas y dejándola, casi de ejemplo de cómo los enfrentamientos han sido enaltecidos cual si fuera una empresa admirable.

Los héroes son, casi siempre, héroes de guerra; los villanos que luchan contra esos héroes tienen actos tan rudos que en ocasiones terminan siendo admirados tanto o más que los primeros. Pero ¿Qué pasa con quienes quedan en medio del enfrentamiento o de esa lucha por el poder político, el territorio o el dominio económico?

Son quienes padecen las consecuencias de la furia y la obsesión por “ganarle al otro”; los que entierran a sus muertos, se convierten en esclavos, enfrentan hambre, frío, carencias, abusos y toda clase de vejaciones. En el mejor de los casos, son los que mueren.

En su novela “La niña Polaca”, Mónica Rojas (Puebla, 1983) retrata de alguna forma lo anterior. En 1939, al inicio de la Segunda Guerra Mundial, los líderes de Alemania y Rusia se reparten el territorio de Polonia, cuyos ciudadanos empiezan a peregrinar por un mundo hostil donde no hay cabida para lamentar u ponerse a la mano trágica del destino que los arranca de su entorno familiar arrojándolos por el mundo como las semillas de un diente de león, alusión que la propia autora hace en su obra.

Un día cualquiera, Ania, una adolescente próxima a cumplir 15 años, es obligada junto a sus padres y hermano a salir de su casa con unas cuantas pertenencias al hombro, lo que se convierte en el preludio de la tragedia que se avecina para ella y miles de personas más y que alcanzará un nivel de infierno en el Gulag, campos de trabajo forzado en la lejana Siberia, donde los exiliados deberán trabajar en el bosque a 40 grados bajo cero cortando árboles o recolectando la savia de estos para cumplir con una cuota que les permita obtener una magra ración de alimento.

Se trata de sobrevivir.

En el Gulag no hay sitio para el dolor, la pesadumbre, tristeza o lamentaciones. Se vive o se muere y a partir de esa decisión son las acciones.

Ania quiere vivir para volver al amor de Ceslaw, encontrar a su hermana Irena y sus tres hijos y en algún momento, poder regresar a casa. Con esa idea en mente enfrenta cada día del invierno siberiano, con la piel del rostro quemada por el frío, los dedos entumecidos, los poemas de la anciana Olga y la devoción de sus padres que insisten en orar a un dios que parece haberles olvidado.

Después de muchos sinsabores, y tras nuevos acuerdos políticos entre alemanes y bolcheviques, Ania y su familia logran salir del Gulag en una libertad a medias que los lleva del norte al sur y desde el lejano oriente hasta tierra azteca, en un periplo matizado por el rastro que la muerte deja a su paso y que se debate entre la tragedia y la esperanza.

Mónica Rojas nos entrega una novela bien contada, con un lenguaje correcto y que por momentos nos recuerda la historia de Alma Karla Sandoval Desde el Corazón Siberiano (Penguim Random House, 2018) sobre las poetas Ariadna Efron y su madre Marina Tsvetáieva.

La historia sin duda es emotiva y nos lleva de la mano a uno de los periodos más oscuros de la Segunda Guerra Mundial, donde al igual que ocurre con otras guerras o en otros puntos del orbe, los delitos y abusos de poder se esconden en los sitios recónditos para que sean pocos los que puedan dar cuenta de ellos.

Finalmente, la ocupación de un país y la guerra misma no dejan de ser una tragedia que ocurre por y para el poder; los que quedan atrás, enterrados en un campo de concentración, en un Gulag o en una barranca produciendo enervantes, son los que menos importan aunque debería ser lo contrario.

Las peores batallas en la lucha por el poder pocas veces se dan entre ejércitos enemigos. Los héroes de guerra son otros.

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