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El texto breve

22 de marzo de 202524 de marzo de 2025

Por Jesús Chávez Marín

  1. Una foto linda y la mancha urbana

El humo, la sequía y el abandono saltan a la vista en la estampa de esta palmera; no suelen ser bien cuidados los árboles de los parques públicos, crecen de manera salvaje como si fueran silvestres, aferrándose a la vida entre plástico y basura que villanamente arrojan en sus pozas algunos paseantes; aunque haya un bote en cada esquina de las plazas y a mucha gente le vale madre. A pesar de eso, el azul intenso de cielo es un regalo para la vista en esta foto de nuestro explorador al alba.

  • Líneas de expresión

Piedras que dibujan derroteros del agua, tiempo que marca el rostro, los recuerdos se desvanecen para mitigar presentimientos de la muerte.

  • Seis mil pesos

Xicoténcatl García se le aprontó a su mamá y le dijo:

―Celia dame los seis mil pesos que me habías prometido para la cimbra.

―Ay, qué bueno, Xico. ¿Ya vas a poner el techo? ―preguntó ella, esperanzada de que por fin el hijo ya iba a sentar cabeza pues estaba construyendo una casita chiquita y muy blanca en el terreno que ella le había regalado allá por las granjas Aeropuerto.

―No, es que cambié de planes. Voy a vender todo para irme a Finlandia. Es más, vengo a despedirme de una vez porque no sé cuándo te vuelva a ver ―agregó Xicoténcatl con el tono helado y neutro que usaba para hablarle a su jefa.

―¿Qué? ¿Y el trabajo? ¿Y tus niñas? Y aunque yo soy lo de menos, tú sabes, Xicoténcatl, que he estado muy mala; si te vas tan lejos a lo mejor no te vuelvo a ver, hijo ―afligida, acostumbrada a las tormentas torrenciales de su hijo ingrato y estulto.

Xicoténcatl García era antropólogo; había estudiado a gritos y a sombrerazos pues se casó a la tierna edad de 18, aunque ese nunca había tenido tierna edad, siempre había sido un hijo de la guayaba. Luego de tres matrimonios al hilo, ahora tenía dos hijas que ya estaban grandecitas, bueno, no tan grandecitas, una apenas iba a entrar a la secundaria y la otra estaba en quinto. Trabajaba en el ISSSTE de afanador y para acabalar sus gastos explotaba lo más posible a su mami, una antigua profesora hoy felizmente jubilada.

―Pues por eso digo que vengo a despedirme, no me hagas drama y dame los seis mil porque los voy a necesitar para acabalar el boleto. Por las niñas no te apures, no es problema tuyo. No te metas en lo que no te llaman. Allá voy a trabajar y les iré mandando lo que pueda.

―Pero m´hijito, las hijas no viven nomás de dinero; ellas necesitan a su padre. Tienes que cumplir con tus obligaciones, Xicoténcatl, ya te lo he dicho mil veces.

―Bueno, ya. No quiero sermones. ¿Me vas a dar los seis mil o no? Cumple tu palabra.

―Está bien. Ahorita mismo te los deposito a tu tarjeta, mi rey. Y, bueno, que Dios te bendiga y la Virgencita te proteja de todos los peligros de cuerpo y alma.

Xicoténcatl salió hecho la mocha. Tres semanas después regresó tan campante a desayunar a casa de Celia, su dulce madre, quien le sirvió unos huevos rancheros sin hacerle ningún comentario ni pregunta, y con el secreto regocijo de tener hijo todavía. Aunque sea ese, tal como le tocó en la vida.

Foto: Pedro Chacón

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