A Ellas…
María Ayub
Al verla, entró un rayo de sol con un brillo como nunca antes lo habían percibido mis ojos. La tomé entre mis brazos, la miré por vez primera, mi corazón vibraba tan alto que me parecía imposible distinguir si vivía la realidad o el más hermoso de mis sueños. Y fue así, sin parpadear, que supe que era el amor de mi vida. Ella fijó sus ojos profundos, de todos los colores, en los míos para decirme que yo sería la persona en la que más confiaría, que siempre sentiría sus pasos seguros mientras la acompañara y por los ciclos de la vida cuando yo dejara este universo, ella me daría honor por el resto de sus días.
Poco a poco fui siendo testigo y cómplice de su despertar a la vida, su curiosidad suscitaba la mía y me recordaba esa sed que tenemos de niños por conocer y explorarlo todo. Era tan solo una niña y ya mostraba matices de pintora, poeta, arquitecta, abogada, cineasta, maestra, bióloga… sería capaz de ser lo que quisiera. Aprendí de ella el valor de ser madre, hija, hermana, amiga y pareja.
Recuerdo el brillo en sus ojos la noche que me sorprendió con la pregunta acerca de cómo se debe vivir la vida. No tuve, ni tengo la respuesta. Pero sabía con certeza que cualquiera que fuera el camino que eligiera sería el correcto, porque me había permitido ver la grandeza de su corazón.
Quería guardarla entre mis brazos para siempre, protegerla. Sus alas comenzaron a crecer alimentadas de su inquietud por conocer el mundo, por conquistar todos los caminos y disfrutar las sorpresas de la vida. Era un ser especial, pues no todos los que caminamos tenemos alas y no todos los que poseen alas emprenden el vuelo. Ella lo haría, era tanta vida llenando su ser que le imposibilitaba quedarse quieta. El día que volara, iluminaría el cielo con su presencia.
¿Recuerdan esas sorpresas que platicamos que da la vida? Pues una tarde recibí la llamada que me anunció su vuelo eterno por cielos desconocidos. Corrí, corrí sin descanso atravesando el desierto en búsqueda del lugar donde había remontado. A lo lejos vislumbré sus alas sobre la arena. Corrí, corrí con todas mis fuerzas hasta llegar a ellas. Las abracé. Decidí esperar ahí. Sabía que tenía que volver por ellas para volar todos esos cielos desconocidos y cuando volviera, yo estaría esperándola. Pero pasaron los días, los meses, los años y no regresó. Me decidí a encontrarla para darle un último abrazo y con mi búsqueda susurrarle cuánto la amo. Me coloqué sus alas y volé. Volé sola, con miedo, tristeza y coraje. No sé cuánto tiempo pasé atravesando las nubes torrenciales hasta que alcancé a encontrarme con otros cientos de seres alados.
Fue ahí cuando sentí su presencia una vez más, miré sobre mi hombro esperando verla, pero solo encontré su ausencia. En ese momento, un grupo de seres alados volaron junto a mí, incorporándome a ellos con la misma insignia, JUSTICIA.
