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Del Rubber Dam a la tragedia

23 de marzo de 202523 de marzo de 2025

Presa Las Vírgenes luce desolada tras la sequía

Salud Ochoa

El 6 de septiembre de 2006 la Comisión Nacional del Agua (Conagua) anunció con preocupación, la llegada de una cantidad inusual de agua del río San Pedro a la presa Las Vírgenes, en el municipio de Rosales Chihuahua.

Sin embargo, también había la confianza en que el dique de hule conocido como “Rubber Damm”, colocado en la cortina de la presa entre 1996 y 1998, contendría la fuerza del líquido y evitaría daños mayores en rancherías y poblados cercanos al río.

No funcionó.

El Rubber Dam fue vencido por el agua. La naturaleza mostró su fuerza y una vez más dejó claro, que luchar contra ella suele ser inútil. Luchar por ella sería mejor.

Casi diecinueve años más tarde, la presa luce desolada. La muerte y la tragedia se pasean por la orilla, se regodean en la tierra seca, en la basura, en la vida cada vez más ausente acorde a la pérdida de agua.

Es domingo 23 de marzo de 2025, el informe de la Conagua indica que el almacenamiento de líquido apenas llega a 11.6 por ciento de su capacidad total que asciende a 333.318 millones de metros cúbicos.

La sequía ha hecho lo propio en los últimos años. En 2023 Las Vírgenes alcanzaron un 94.6 por ciento de almacenaje, pero la falta de lluvias, la distribución para riego y el infaltable flujo hacia el río Bravo, ocasionó que para 2024 dicha cifra bajara hasta el 32.5 por ciento.

Hoy se han perdido casi dos terceras partes del total del año pasado y la expectativa no es buena, por el contrario, empieza a tomar tintes de tragedia.

Desde lo alto el paisaje luce desolador. La presa, que hasta hace alrededor de 24 meses ofrecía paisajes imponentes al llenarse de agua en su totalidad y derramar esperanzas líquidas, hoy parece lanzar los últimos estertores de su vida útil.

La gigantesca estructura late en un llamado de auxilio que se extiende por las líneas rectas y horizontales que la conforman, por los trazos que constituyen la obra, por las escalinatas de concreto que albergan el eco de millones de pasos.

Más que un gran embalse creado por el hombre, parece una serie de charcos diseminados en diferentes puntos, entre los que sobresalen los montículos de azolve y la marca que el agua ha dejado en la tierra.

El barco que antes surcaba las aguas llevando a decenas de paseantes, está detenido, no hay música, ni fiesta, solo unos cuantos pescadores que resisten la espera bajo los rayos del sol ardiente del norte.

Resistir, quizá esa es la palabra, el gesto, la acción, el latido de un pueblo que no quiere ver la tierra infértil o los cultivos malogrados, pero tampoco quiere morir de sed.

La muerte ya no es un fantasma o solo una idea. Es una luz que ciega y que se hace presente en las piedras, en las espirales de polvo, las ramas enrarecidas, las botellas vacías acumuladas junto al muro de contención de la cortina secundaria.

La muerte está allí, simbolizada en la cruz de madera con el nombre escrito de “Hilario”.

A lo lejos, otro barco en ruinas yace entre las piedras con mensajes de amor escritos en los costados. Ya no hay enamorados, ni amor ni nada, solo el silencio, el abrumador silencio.

De la caída de agua hacia adelante, la imagen es igualmente devastadora: charcos aquí y allí, montones de tierra y piedras, polvo, negocios vacíos, unas cuantas personas que acuden de paseo con el desánimo evidente de mirar el desastre.

La plazuela donde antes se organizaban fiestas y bailes, está sola. Las notas del “amor limosnero” que prevalecieron aún durante la pandemia, se han callado; la pasión del baile es otro fantasma, el cuerpo a cuerpo ha quedado en el recuerdo del motel de paso, la alegría generada por el alcohol es un eco que yace en los vidrios rotos y las botellas vacías.

Los únicos que aún emanan vida son los álamos diseminados en la ribera del río; su follaje verde habla de una esperanza secuestrada, de un pasado conmovido por la vida, un presente desalentador y un futuro cubierto con el oleaje intangible de la incertidumbre.

El Rubber Dam ya no existe. Hoy ni siquiera tiene razón de ser.

Fotos: Francisco López

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