El cielo que nos queda
Salud Ochoa
Cuando una avioneta cargada de droga cae al vacío, una no piensa en los millones que esos kilos de cocaína, marihuana o fentanilo valen en el mercado. Es lo último que pasa por tu cabeza.
Piensas en las vidas podridas, los destinos torcidos y los renglones desarraigados de quien consume una droga como si no hubiera una solución a sus pesares o un mañana por el cual luchar.
Piensas en la fetidez de las calles donde los adictos viven con los brazos marcados por un torniquete y una jeringuilla infectada, siempre al alcance.
Piensas en los cuerpos vacíos que se mueven lento emulando a los zombis de las películas de Hollywood, solo que allí no hay luces, ni brillos ni oropel, ni Hollywood.
Piensas en los cuerpos agujerados por las balas que se disparan en las guerras “extra oficiales”, en los decapitados, en los cuerpos rotos, en los brazos separados de un torso por la fuerza asesina de otro brazo y de otro torso.
Piensas en los miles de niñas y niños sin padre, sin madre y sin futuro; en los que quieren ser sicarios o los protagonistas de los corridos tumbados porque está de moda un sujeto flaco como lagartija y barba de candado.
Piensas en los cuerpos sin vida apilados en una brecha de terracería arropados, por una “narco manta”; y te detienes también en el mensaje escrito en esa manta, en las manos que lo escriben y la corrupción que las cobija.
Piensas en los miles de fosas clandestinas que salpican el territorio en forma de necro sembradío.
No son semillas de alimento. Son vidas truncadas, semillas de muerte que a veces germinan en forma de venganza.
Piensas en los escupitajos de sangre emanados de una boca rota a puñetazos, en el hombre maniatado que se queda sin dientes, en la mandíbula deforme; en la paranoia y los quejidos.
Piensas en las veces que en la infancia escuchaste que había balas, guerrillas y soldados rondando la seguridad de la casa materna, y, te das cuenta que el fondo de las cosas no cambia solo se modifican las formas.
Piensas en la pelea cabría por una hembra, y en que –como escribe Nicolás Ferraro- “Por acá no hay inocentes, solo gente más lenta en sacar el fierro-.
Piensas en los Tigres del Norte y su “contrabando y traición” mientras lees que el “Renault robado llevaba ciento setenta y un kilos de merca”.
Piensas en las avionetas que viajan de Parral a Jalisco o de Culiacán a Tijuana cargadas con el “oro maldito” de los laboratorios o plantíos clandestinos.
Piensas en la inocencia rota por la pobreza, en la niña que llora cuando traga fluidos que destruyen el alma, en la voz que es culpa y es conciencia, en lluvias de falopa y macanas, en ladrillos de coca y toneladas.
Piensas en los rosarios en manos de un ateo, en que todo se pudre; en las piedras que vas dejando en el camino para que no te olvide, o, mejor dicho, para que tú no olvides.
Piensas en el padre moribundo y en tus propios ojos mirando el escorpión marcado; en los pájaros distantes, en el bosque talado; en la lluvia que se ha vuelto un recuerdo, en un techo que era cielo estrellado.
Piensas en el silencio que es ausencia o antesala, en el cuello rebanado por las balas y los latigazos de sangre.
Piensas en que el pasado no sabe de kilómetros, en el vaho que emanan las palabras y en el montón de cicatrices que cuesta una experiencia.
Piensas en ciudades manchadas de un rojo que estremece, enterradas debajo de la merca y te das cuenta que la clave para sobrevivir es olvidar.
Piensas que a veces un minuto es una vida que se toma en dos tragos; en que, estar triste es un lujo que no puedes darte y hay que romperse el lomo hasta desprender esa angustia aberrante.
Piensas en las vías del tren que anuncian tu llegada a casa, en el lomerío y la distancia; en el ruido de los vidrios cayendo desde las ventanillas y los casquillos comiéndose el asfalto.
Piensas en buitres devorando los cráneos, las rosas chinas, los cuchillos, los cigarros: las llamas que se apagan con el viento, el pecho descubierto, el cuchillo brotando.
Piensas en que solo hay una última oportunidad.
Piensas en esos pueblos que se vacían poquito a poco o a veces en éxodo masivo porque no hay más para darle a la violencia.
Piensas en que ya lo hemos dado todo.
Piensas en ese triángulo dorado que amarra con alambre de púas las líneas de la piel de esa, tu “patria chica” que, en realidad, es la más grande, la más buena, la que más duele.
Piensas y te cae de golpe la certeza, que hay un veneno rompiéndonos la vida y que no importa si vives en el norte o en el sur, en Alaska o en La Patagonia, hay un humo infecto que corroe los tiempos, que surca los horizontes, violenta las fronteras y cubre de púrpura los cielos.
Piensas y te das cuenta que ese, ese, es el único cielo que te queda.
En todo eso piensas cuando Nicolás Ferraro, te cuenta que una avioneta se estrelló en la tierra.
___________
Nicolás Ferraro
Buenos Aires, 1986. Diseñador gráfico por la UBA, trabaja actualmente en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno. Descubrió la literatura negra y criminal gracias al videojuego Max Payne y ya no pudo dejar de leer, ni de escribir. Ha escrito y publicado El cielo que nos queda, Cruz, Dogo, y su última novela, Ámbar, con la que obtuvo el premio Dashiell Hammett 2022.


