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Entre la sequía y la violencia

26 de mayo de 2022

Redacción Escribana

Es mayo de 2022, el termómetro marca 28 grados a pesar de que la tarde casi termina. El sol se encamina al poniente de la presa Chihuahua lanzando sus últimos rayos sobre el espejo de agua cada vez más pequeño.

Alrededor, una manada de caballos flacos embiste las yerbas que se han atrevido a renacer, imperturbables ante el ruido de motores y alguna canción indescifrable que se escuchan a lo lejos.

La sequía avanza de manera acelerada mostrando sus diversas facetas a lo largo y ancho del territorio estatal que se tiñe de amarillo, café y rojo según el grado de afectación que exista. En el epicentro chihuahuense el color café de la sequía severa empieza a combinarse con el rojo de la extrema que camina a pasos agigantados.

El monitoreo diario de la Comisión Nacional del Agua lo confirma.

El crepúsculo se arrastra sobre la tierra seca del andador para peatones en el la 3ª etapa del parque Tres Presas. Las garzupetas se contonean en la orilla del agua, acompañadas por una familia de patos y tres pescadores aficionados que aún creen que la vida acuática es posible, a pesar del azolve de la presa construida en 1960 para controlar el embalse del río Chuvíscar y otros arroyos temporales.

La historia dice que este cuerpo de agua tiene una capacidad de 32 millones de metros cúbicos; su cortina mide 817 metros de largo y 35 de altura. Hoy, según información de la CONAGUA apenas suma 11.524 millones de metros cúbicos de líquido que se pelean entre los nuevos fraccionamientos de la zona y las granjas que existen alrededor.

Lejos quedaron los ejemplares de lobina negra, mojarra, carpa, bagre, boca chica y otros.

A pesar de esas cifras desalentadoras, la Chihuahua es una de las presas con mayor porcentaje de almacenamiento en el Estado, las otras están en peores condiciones, con apenas 21 o 26 por ciento de su capacidad.

El fantasma de la sequía se pasea libre por el otrora llamado “estado grande”, entre humanos y otros demonios que se hacen presentes a todas horas dejando una estela sangrienta aderezada con cenizas y humo.

Dos pequeños conejos cruzan el andador rumbo a la madriguera. Van de vuelta a casa tras la búsqueda de agua para sobrevivir. Lo mismo ocurre con las liebres y otra fauna menor que baja desde el monte en busca del líquido necesario para sobrevivir.

El crepúsculo empieza a envejecer para dar paso a los primeros minutos nocturnos. En la orilla opuesta de la presa el sonido de los motores se recrudece, la música aumenta su volumen y la voz de un cantante de narco corridos se vuelve perceptible al oído.

Se escucha entonces el rechinido de unas llantas, los gritos y el ladrido de los perros alterados por el alboroto humano que traslada la mente a los muertos de unas horas antes, del día o la semana previa.

Mayo se encamina a ser el mes más violento en Chihuahua, van 147 homicidios –dice la fiscalía- y aún faltan cinco días para que termine. Los cuerpos calcinados se replican, al igual que ocurre con los descuartizados o aquellos envueltos en cobijas. Las mujeres no escapan a la ola violenta, en la carretera de algún pueblo viejo o en la cajuela de un auto con reporte de robo en la urbe capitalina. El lugar, la forma o el contexto en realidad es lo de menos, las causa que yacen tras cada asesinato es lo que importa.

El ruido de los motores es ahora cercano. Bajo una nube de polvo, un grupo de por lo menos 8 unidades de las llamadas razers con largas antenas de luces encendidas, se enfila por el andador peatonal. Son 16 hombres con el rostro cubierto los que ocupan los automotores t avanzan por el mismo camino donde apenas unos días atrás un pelotón del ejército yacía camuflajeado entre el mezquital.

El contingente avanza entre el polvo y los minutos nocturnos. Imposible verles el rostro. Todo su cuerpo está cubierto por vestimenta oscura o tipo militar. Solo sus ojos brillan en algún punto entre la oscuridad y el polvo, en una paradoja macabra con la vida real que se debate entre la sed y la muerte.

Los caballos siguen la danza lenta tras la yerba salvaje; la sequía persiste, la violencia también.

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