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La sustancia: una apuesta macabra por la juventud y la belleza

1 de diciembre de 20241 de diciembre de 2024

Salud Ochoa

La aparición de la primera cana entre el cabello, la primera arruga en el rostro, las manchas en las manos, o esa flacidez en el cuello que en cada movimiento recuerda que la juventud se despide lentamente, puede ser un golpe mortal para muchas personas.

No importa si es mujer u hombre, la vanidad y el ego no distingue raza, color ni género.

Sentimos que el “yo” conocido a lo largo de la vida desaparece; ese “yo” fuerte, de movimientos ágiles, con habilidad mental y memoria privilegiada se desvanece con cada minuto de vida que se va.

La juventud, ese componente humano que parecía inacabable, sentimos que se pierde en el preciso instante en el que detectamos el primer cabello blanco.

“La sustancia”, película protagonizada por la actriz estadounidense Demi Moore, nos obliga a reflexionar sobre las presiones continuas que la sociedad impone a las mujeres para mantenerse jóvenes, con una belleza perfecta, obligada y eterna.

De lo contrario las excluye por completo.

Al cumplir los 50 años, le dicen a “Elizabeth” –personaje interpretado por Moore- todo se acaba. Haciendo referencia quizá a la llegada de la menopausia con la consecuente pérdida de las hormonas.

Se acaba la capacidad para concebir una nueva vida.

Luego todo se cae. La fuerza de la gravedad derrumba los senos erguidos y los glúteos firmes; la piel se marchita, el pelo se adelgaza –curiosamente es lo único que adelgaza porque el resto del cuerpo engorda apenas huele el alimento-.

La memoria decide que se ha cansado de recordar años y años repletos de experiencias diversas. El corazón pide paz porque en ese punto ha latido millones de veces sin que nos demos cuenta siquiera.

Los huesos y los músculos pierden espacio en el territorio corporal, mientras la grasa se alista para erigir un nuevo reino en el cual ser la Emperatriz de la vejez y la enfermedad.

La película donde Demi Moore luce espectacular –hay que reconocerlo- a pesar de sus más de 60 años, es una crítica social a los exigentes estándares de belleza impuestos a las mujeres, al culto a la juventud y a la hipersexualización del género femenino.

Todas quieren ser jóvenes y hermosas porque el mundo externo les dice constantemente que de lo contrario se convierten en vejestorios apestados e inútiles para la maternidad, el adorno y el sexo.

Ningún hombre quiere acostarse con medio siglo de experiencias acumuladas; a nadie la importa la inteligencia y la capacidad para crear y generar conocimiento.

A nadie, ni siquiera a las mujeres mismas les interesa alguien que haya rebasado la línea mortal de los cincuenta.

Ver la película trae a la mente de inmediato a las mujeres del mundo del espectáculo, que, en aras de mantener la lozanía y el brillo de la piel, terminan con el rostro deforme por el Botox, el colágeno y los estiramientos; las inyecciones de plasma, de oxígeno y las constantes cirugías que cambian por completo la faz original hasta transformarla en burda imitación de un arquetipo inalcanzable.

Así, los rostros abotagados, los labios hinchados, la nariz respingada con narinas tan angostas que apenas permiten la entrada del aire que respiran, son la constante.

A eso se suman los glúteos abultados que sobresalen al final de una par de piernas flacas esculpidas por el cincel del cirujano plástico que rebana la grasa para que no quede rastro de ella.

Luego el vientre plano, dibujados los músculos abdominales a base de liposucciones y dietas extremas que ponen en peligro la vida. No comer es la consigna porque cualquier cosa puede notarse en la cintura minúscula lograda gracias al robo de costillas.

Los pechos firmes, duros por la silicona; insensibles por el avance del plástico en el cuerpo y lo que es peor, en la mente.

Quieren ser perfectas porque el mundo dice que es una obligación. Perfectas a cualquier costo, apostándole a los avances de la medicina y la farmacología que ha encontrado en esa necesidad su gran negocio. Le apuestan a la tecnología, a las nuevas técnicas quirúrgicas y al “descubrimiento” de sustancias, que quizá son útiles para otros fines no para la salud.

La apuesta macabra incluye la vida misma.

Después de Estados Unidos (donde se desarrolla la película de Moore) y Brasil, México ocupa el tercer lugar a nivel mundial en cirugías estéticas, según la Asociación Mexicana de Cirugía Plástica, Estética y Reconstructiva (AMCPER).

Lo anterior a pesar que personas sin preparación profesional han causado varias muertes.

Por cada profesional con certificación en cirugía plástica, estética y reconstructiva que ejerce su carrera, hay otras 20 personas que se dedican a la misma actividad sin haber cursado la especialidad.

En ese sentido, el Consejo Mexicano de Arbitraje Médico señala que la revisión estadística y de los análisis periciales realizados por dicho organismo, durante el periodo 2012 a 2022, relativo a los casos médico legales concernientes a procedimientos relacionados atendidos por la Dirección General de Arbitraje, se tuvo conocimiento de un total de 46 casos, en los cuales se estimó negligencia médica, atribuible en un 95.66 por ciento a la participación de personal médico y con 4.34 por ciento, a personal no médico.

Los efectos colaterales y decesos derivados de una cirugía plástica estética, son muchos, al igual que los riesgos al ponerse en manos de personas no certificadas para realizar procedimientos de este tipo.

De igual forma, hay antecedentes de complicaciones médicas post-operatorias, derivadas de cuidados inadecuados atribuibles, no solo al equipo médico-quirúrgico, sino también al paciente, quien no siempre habla de sus padecimientos previos.

No habla por desconocimiento o por omisión, consciente de que, al decirlo, un médico con valores éticos-profesionales, quizá se niegue a practicarle la cirugía que busca y con ello, la oportunidad de rescatar un poco de la juventud perdida.

En este escenario, la película es más que pertinente como una crítica a lo que ocurre en el mundo, pero también debiera ser un motivo para reflexionar en torno a lo que hacemos con nuestro cuerpo en los pocos o muchos años que tengamos de vida.

La belleza perfecta no existe, no si la vemos desde un punto de vista físico exclusivamente.

Quizá, si como Sócrates y otros filósofos entendemos la belleza como una forma de conocimiento y acceso al mundo de las ideas, las cosas tomarían un matiz diferente.  

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