Las batallas de María Callas
Salud Ochoa
El olor de la mantequilla procesada te golpea los sentidos apenas entras al lugar. Las máquinas expendedoras de palomitas están allí, en espera de la multitud de personas que en años pasados acudía al cine.
Ya no es así. Quizá sea el acelerado ritmo de vida que la gente lleva o la oferta, cada vez mayor no necesariamente buena, de contenidos a través de plataformas de pago que llegan directo a casa a través de la televisión.
La visita a las grandes salas, son menos frecuentes.
Desde la pandemia por COVID-19 en 2020, cuando se prohibió la aglomeración de personas en sitios cerrados, la afluencia en los cines disminuyó drásticamente, de tal forma que la recuperación suena poco más que difícil.
La poca gente que circula en el lobby se debate entre las locuras de una desgastada “Bridget Jones” o las hazañas del “Capitán América”, desgastado también.
Pero es el turno de “María Callas”, la soprano de origen griego considerada la cantante de ópera más grande del siglo XX.
Caminar por el pasillo hacia la sala 5 es todo un ritual en solitario: la alfombra vieja, las marquesinas iluminadas, los números gigantes que indican tu destino y ese olor a desodorante ambiental y colectivo que caracteriza a los lugares públicos.
La hora llega. El boleto impreso te dice que debes subir la escalinata entera, elegiste el primer asiento de la última fila. Avanzas, un escalón detrás del otro con las rodillas recordándote que el tiempo pasa para todos y los estragos quedan sobre la piel y bajo esta.
Hay expectativa por la película de Callas, encarnada en el cuerpo en extremo delgado de Angelina Jolie.
La memoria trae al presente los aspectos de la vida de María Callas conocidos en la adolescencia, a través de una revista de moda que publicaba biografías cortas de personajes famosos.
Su historia tuvo un gran impacto entonces. Resultaba imposible entender el por qué una mujer como ella, con un talento y una voz prodigiosa, era menospreciada por su aspecto físico corpulento.
El daño que la crítica externa puede ocasionar en la psique de una persona es inconmensurable.
Después de múltiples anuncios comerciales, la película inicia con la imagen de París a finales de los años setenta del siglo pasado y el rostro demacrado de Angelina representando el ocaso de una diva.
Y allí está, María Callas, arrollando al espectador desde la pantalla con su voz prodigiosa, con su capacidad de interpretación de un personaje de ópera o quizá de ella misma convertida en marioneta del destino.
Jolie logra mostrarnos el proceso devastador que sufre el alma de María. La expresión de su rostro nos lleva de la mano por los laberintos de un corazón roto, del yo interno destrozado por la traición, el sufrimiento, el abandono y el olvido.
María sufre por la pérdida de su voz; el elemento que la caracteriza y que a lo largo de su vida le permitió superar tragedias.
En ese instante la tragedia está en ella. En las cuerdas vocales otrora incomparables que parecen tan cansadas como su corazón.
Hay una inenarrable soledad en los largos paseos que la llevan a recorrer París, en las charlas que tiene consigo misma imaginando que hay un periodista que indaga en los secretos de su existencia, en la continua necesidad de cambiar el piano de una habitación a otra, como si con ello cambiara la fortuna.
En ese punto, María avanza en el camino hacia el extravío, el comienzo fue antes, tal vez cuando cantó para un hombre por primera vez o cuando conoció a Onassis.
La artista se pierde en los laberintos de la memoria, los recuerdos se entrelazan, le azotan el alma atormentada por el pasado. Un pasado que no debió ser, pero fue, existió tanto como los hombres que tomaron su cuerpo con el consentimiento de su madre, o como el propio Aristóteles Onassis que se convirtió en el “gran abusador”.
Su voz el gran tesoro, pero también la mayor maldición. Con ella logró evadir la realidad de una aparente prostitución forzada que se deja entrever en la historia, salir adelante hasta convertirse en una cantante reconocida, aplaudida, amada por el público hasta dejar de ser “María” y convertirse en “La Callas”.
Tan grande era María que, el multimillonario Onassis no soportó que lo opacara y le prohibió cantar, le hizo abortar a un hijo producto de su relación de amantes para luego, un día cualquiera, abandonarla sin remordimiento para casarse con Jackie, la elegante viuda de John F. Kennedy.
La traición termina en matrimonio fallido.
La historia avanza y la tristeza en la mirada de la protagonista, estremece, el silencio duele.
Los días de María se deslizan entre las paredes de su departamento en París, sus sueños de volver al teatro, la recuperación de su voz que se apaga lentamente, la lucha con sus demonios internos que calma con pastillas para el dolor y el control de peso.
El “Mandrax” flota entre los frascos y los bolsillos de la ropa; ella lo oculta para que sus dos fieles ayudantes, no descubran las cápsulas que la sostienen como a una muñeca de cristal a punto de romperse.
“Tiene tres días sin comer”.
Las salidas de la diva son una moneda al aire; el riesgo puede adivinarse en su cuerpo cada vez más debilitado.
Tras el último intento fallido por cantar, la vida de María –la mujer- se apaga lentamente como la luz de la artista y es, en un instante final de valentía donde a través de su voz recrea el martirio de una existencia imprecisa.
Luego de ese gran esfuerzo la estrella se diluye en la insuficiencia cardiaca, la silenciosa enfermedad que trepa como la hiedra y abraza los cuerpos hasta asfixiar a los corazones heridos por el destino.
Las batallas de María llegan a su fin.
Con la música de fondo, te marchas; piensas en la soledad, el sufrimiento, el castigo autoimpuesto, en los fantasmas acumulados en la esquina de los años, en la gente que deambula como autómata, en el zumbido colectivo, las batallas personales que se libran en silencio y la muerte a cuentagotas que todos viven, aunque no se den cuenta.


