Martín
Por Jesús Chávez Marín
Es de una belleza tan impresionante que asusta, la tarántula que sale en esta foto de Francisco López Matán; no así a los niños, para quienes el mundo es de lo más natural. Allá por los años ochenta del siglo 20, en una de las visitas que hacíamos a casa de mi jefa Carmen Marín, Martín andaba en el patio jugando muy entretenido con un vinagrón impresionante como de 17 centímetros de largo: dos filas de seis patas, tremendas tenazas como manos, antenas altas y sensibles. El niño creía que era un monito que se movía solo y se puso a jugar tan campante. Duró un buen rato hasta que recibió una feroz picadura de parte del vinagrón, que también jugaba rudo. Mi hijo no lloró al sentir el fuerte dolor, simplemente se levantó frotándose el brazo y fue a decirle a su mamá:
―Maya, me picó el animalito del patio.
―¿Pero cómo?, tienes una roncha bien grande, ¿cuál animalito?, a ver, vamos a que me digas dónde está ―preguntó ella toda asustada.
Al niño le ardía mucho el piquete, pero se movía con toda calma para no asustar más a su madre; la llevó de la mano al patio y le mostró el tremendo vinagrón que ya iba de regreso a su guarida, en uno de los recovecos que estaban en la barda de piedra al fondo del patio. Cuando Maya vio al escorpión látigo, se aterrorizó. Y también mi jefa, quien la había seguido al patio en cuanto supo que a Martín le había picado un animal.
―Los vinagrones son venenosísimos, vamos a llevar al niño de inmediato al hospital ―dijo con gran preocupación.
Allá fuimos. El médico que atendió a Martín explicó que los vinagrones no tienen glándulas venenosas, pero que sí expulsan como defensa un líquido con olor a vinagre. Le recetó algo para el dolor, le puso una pomada en la picadura y santo remedio. Nos regresamos a la casa, donde mi jefa nos dio de cena frijoles con tortilla de harina, café con leche y unas empanadas de calabaza que había llevado Maya a la visita. Incluyendo las historias y los chismes con la familia, la cena y la aventura de mi hijo, todo eso fue un domingo feliz.

Foto: Francisco López