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Por qué se muere el tiempo

10 de enero de 202522 de enero de 2025

Salud Ochoa

***

La vida se va como un suspiro desparpajado. Te das cuenta de los segundos que inhalas cuando estos ya van de vuelta al exterior. A veces ni eso. Simplemente ocurre y no lo percibes porque tu mente está enclaustrada en algún punto resolviendo problemas cotidianos o vuela a miles de kilómetros en busca de sueños que parecen perdidos.

El tiempo se desliza entre cuatro paredes, inexorable avanza hacia un infinito desconocido. El ti-tac del reloj es tan solo el sonido inventado por el hombre para recordar constantemente la levedad de la vida, del ser humano, de la existencia terrenal.

Darío mira el reloj una y otra vez. A sus casi noventa años de edad tiene dificultad para caminar, agravada por enfermedades diversas que se le han acumulado a lo largo de una vida marcada por el trabajo rudo en el campo.

En sus momentos de nostalgia cuenta que de niño fue arriero. Le tocó cruzar la sierra de Chihuahua a pie, desde los barrancos de la baja tarahumara hasta las montañas; cientos de kilómetros arreando un atajo de mulas cargadas con productos agrícolas. Eran rejas llenas de naranjas, carne seca, queso ranchero y piloncillo producido de manera artesanal en la antigua hacienda de sus abuelos españoles, fugitivos del franquismo, avecindados en el salvaje norte mexicano.

Lo que las mulas llevaban no tenía nada que ver, dice Darío, con los cargamentos que hoy día cruzan por la misma ruta. No solo los sabores y los colores eran distintos, también el pago y las intenciones.

«Nada es igual», lamenta.

El hombre de faz aletargada por la soledad y los años, pasea la mirada desde las manecillas del reloj a sus manos de piel rugosa en un vaivén circunstancial, mientras habla de la época de  juventud y fuerza, de la familia y amistades que ahora lo han abandonado por completo, como un mueble viejo que ya no se visita ni se cuida, porque sus mejores tiempos han pasado.

Darío lo sabe, lo padece.

Los amigos que antes acudían a comer y beber cada fin de semana, han desaparecido por decisión unilateral y ventajosa. Él lo tiene claro, pero en el fondo guarda la esperanza del regreso, la esperanza por la que sigue vivo.

Desvía la charla hacia temas distintos, para que esa realidad le duela menos.

“Los jóvenes de antes nos divertíamos pero no como lo hacen ahora. Nunca toqué una droga ni para consumirla mucho menos para traficarla. Eran otros tiempos. En la casa de mi madre había muchas carencias pero eso no significaba que buscáramos el dinero fácil o nos convirtiéramos en delincuentes. Ahora la gente quiero todo sencillo, no quiere batallar por nada”, dice y enfatiza en la carencia de una figura paterna que lo convirtió –como hijo mayor- en el padre de los hermanos pequeños.

Entre silencios que se acompañan de más recuerdos y recorridos involuntarios por el archivo mental de tropiezos y aciertos, Darío habla también de las enfermedades. El sarampión que le atacó  en la niñez, la viruela, la apendicitis y las hernias. Luego vinieron los problemas con la próstata, la osteoporosis, la hipertensión, la insuficiencia cardiaca, la colitis y la gastritis que detesta más que a cualquier otra cosa, los daños en la columna vertebral y la luxación de cadera que le ocasiona dolor constante.

Las enfermedades también son parte de la historia de vida.

A estas alturas, las crisis ocasionadas por el COVID-19, la influenza, el mal de amores, la viudez o la sequía no le dan miedo. Nada le da miedo ya, asegura este hombre que conoció a los grupos guerrilleros de Chihuahua, allá por los setentas, los alimentó en su paso sigiloso por la sierra; atendió a los soldados que llegaban a pedir apoyo mientras buscaban a esos mismos rebeldes y decidió no tomar partido.

Era mejor así.

Los secretos y afinidades políticas no tenían cabida en un microcosmos rural donde había otras cosas de qué preocuparse: la siembra, el ganado, la falta de lluvia o el exceso de esta, la alimentación de una familia numerosa, sus padecimientos, la educación imperativa para la descendencia de alguien que no la tuvo.

Sobrevivir era el objetivo principal.

Morir ahora no le preocupa. La muerte le quitaría todo el cansancio que lleva sobre los hombros, asegura. A veces pareciera que llora, pero sus ojos están secos, no hay lágrimas en ellos, quizá porque estas resbalan al interior, cansado también, en busca de un consuelo que no llega.

Por las noches, antes de empezar la lucha contra el insomnio, eleva plegarias hacia un dios cuya existencia dice tener clara porque la vida le ha demostrado en muchas ocasiones, que alguien más lo acompaña. También reza a la madre de ese cristo crucificado que sangra desde una cruz en la pared, le pide por los que ya no están y los que siguen presentes. Por él mismo que a veces quiere irse, descansar del dolor interminable o dormir una noche completa sin que lo despierten las pesadillas o los aguijonazos en la cadera rota.

A veces también llora en silencio lágrimas que nadie ve porque han aprendido a esconderse en la mirada.

El cristo permanece inmutable.

Los años y los daños han hecho su trabajo en la mente de Darío. A veces razona con claridad, vincula ideas, hechos, se mantiene alerta y cuestiona; en otras, pierde lucidez, las ideas se nublan, o quizá se aclaran aún más, y los cuestionamientos cambian.

“¿Por qué se muere el tiempo?” Pregunta Darío repentinamente.

No hay respuesta. Solo el tic-tac del reloj que avanza sin detenerse.

Las cifras de la edad adulta en Chihuahua

En Chihuahua, según datos del Consejo Estatal de Población (COESPO), en 2024, el número de habitantes en la entidad ascendió a 3,996,504 personas, de las cuales, 1,995,200 son hombres y 2,001,301 mujeres.

Los municipios con mayor cantidad de población son Juárez (1,637, 477) y Chihuahua (1, 013, 822) mientras que los de menor cantidad son Manuel Benavides (1,121) y Huejotitán (795).

En lo que respecta a las y los adultos mayores, grupo del cual forma parte Darío, COESPO establece que en ese mismo año existían 34 personas adultas mayores por cada 100 niños y jóvenes menores de 15 años, en tanto que el índice de envejecimiento lo lideraban los municipios de Belisario Domínguez, Gran Morelos, Manuel Benavides, Satevó y San Francisco de Borja, en ese orden.

Sin embargo, a pesar de que la población de 60 años y más, va en aumento, las oportunidades y apoyos para ellos son menores, detalla la Encuesta Nacional sobre Discriminación (Enadis 2022) en la que, cuatro de cada 10 personas mayores dijeron que en los últimos cinco años se les negó injustificadamente alguno de sus derechos y cuatro de cada 10 personas aseguraron haber sido discriminadas al momento de buscar empleo.

En el caso de Darío, desde que se vio forzado a dejar su lugar de origen y sus labores en el campo, hace casi tres décadas, no tuvo otro empleo formal que abonara a una pensión para su vejez.

En este contexto, el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) ha hecho un llamado a contrarrestar la gerontofobia debido a que excluye y limita los derechos humanos de las personas mayores de ámbitos como el laboral, educativo o de atención médica, lo que también deriva en violencia por abandono, exclusión social y discriminación.

En 2023, la Organización Mundial de la Salud (OMS) dio a conocer, que se prevé que para 20230, 1 de cada 6 personas en el mundo tendrá 60 años o más, lo que significará alrededor de 1,400 millones de adultos mayores.

Además, la OMS indicó que a esa fecha, el 14 por ciento de dicho grupo poblacional vivía con algún trastorno mental.

“A edades más avanzadas, la salud mental viene determinada no solo por el entorno físico y social, sino también por los efectos acumulativos de las experiencias de vida anteriores y los factores estresantes específicos relacionados con el envejecimiento”.

La vida de Darío ha estado expuesta a la adversidad de distintas formas, también a la pérdida –no solo de sus capacidades y funciones- sino a la pérdida emocional generada por la viudez y el abandono.

Nota: «Darío» es un nombre ficticio por protección de derechos

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