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Redescubriendo a Poe

3 de enero de 2022

Por Escribana

El gusto culposo de ir a las librerías es como una de esas enfermedades crónicas que todos padecemos. Algunos tienen diabetes, otros sufren con la hipertensión, obesidad, artritis, trastornos de la piel, de los pulmones, el corazón o los riñones. Esta es una enfermedad del alma, que tampoco se cura, solo se calma un tanto cuando recibe paliativos como el aroma a nuevo de los libros, el olor del papel, las sinopsis que prometen grandes historias, un título que atrapa, una portada que echa a andar la imaginación o el nombre de un autor que reconoces de inmediato.

Durante algún tiempo acudí a las librerías de la manera acostumbrada, pero, sin darme cuenta, caí en la monotonía de ir directo al stand de las “novedades” o éxitos literarios del momento. ¡Todos los días hay un nuevo título o autor que salta a la fama de forma inesperada! Y aunque seas un lector voraz, no terminas nunca. Acabé agotada.Después de un descanso -necesario- decidí volver, pero esta vez hacerlo sin prisas y solo por el gusto de estar en un sitio donde cientos de ideas emanadas -en su mayoría- de mentes brillantes, yacen en un tomo, esperando a que uno decida abrirlo para poner en marcha la maquinaria del razonamiento, la creatividad y la imaginación.Muy lejos de las “novedades”, un libro llamó mi atención. La portada con fondo azul encerraba una imagen dibujada a lápiz que por sí misma era una historia. Un valle con lápidas y cruces clavadas en la tierra, yerba desperdigada entre los montículos que se sucedían por los diferentes tonos de gris hasta llegar al negro o volver al blanco. Al fondo, una casa antigua con ventanales que lucían como bocas abiertas hacia la oscuridad, terrazas distribuidas desde el primero hasta el tercer piso, techos de dos aguas cubiertos por maderas desvencijadas, ventanillas minúsculas anunciando algún ático frío por donde las ratas desfilan en las noches. En lo alto, las ramas secas de un árbol tendiéndose sobre el entorno como garras gigantescas de un ser monstruoso fuera de serie, queriendo devorarlo todo. La lluvia golpeando el exterior y en la puerta, el llamado de un hombre sin rostro.

En la imagen se presentía el miedo, la culpa, los pecados, la obsesión, la belleza, la melancolía, la tortura autoinflingida y quizá la muerte. Pero también la mente de uno de los grandes genios de la literatura que transitó del terror a lo detectivesco, la aventura, la poesía o la ciencia ficción. Un escritor que, a pesar del paso del tiempo, ofrece un universo inagotable del que no es fácil salir.

Ese día redescubrí a Edgar Allan Poe.

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