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Retratos familiares como apuesta literaria

9 de julio de 2022

No todos somos Gabriel García Márquez

El edificio amarillo en la portada es llamativo. Con sus múltiples ventanas y recovecos, pareciera que decenas de ojos observan desde el interior donde esperan para contarnos una historia. Quizá fue eso lo que me atrajo de la novela “La hija del fotógrafo” de Claudia Duclaud, quería conocer la historia que todas esas miradas ocultas tras las paredes viejas, tenían bajo resguardo.

Los comentarios en la contraportada haciendo alusión a un “gran debut literario” también influyeron, debo reconocerlo; me dejé llevar y tomé del estante algo que parecía una buena apuesta sobre la lucha de las mujeres por construir un destino propio basado en la inteligencia, capacidad y habilidad para abrir camino en un mundo hostil.

Las expectativas eran altas. La decepción también lo fue.

La novela está bien escrita si hacemos referencia a las reglas gramaticales y de sintaxis, pero es terriblemente aburrida, sosa y aunque por momentos pareciera que algún elemento pudiera dar el brillo faltante, de inmediato se apaga.

La hija del fotógrafo es la historia de una mujer “que ve sus empeños contraponerse a las rígidas expectativas paternas”, reza la sinopsis, sin embargo, a lo largo de las primeras 150 páginas del libro, la autora se recrea presentándonos a cada uno de sus familiares que a decir verdad, solo a ella interesan.

Además, resulta obvia la intención de tener sus propios “Cien años de soledad” con un resultado nada halagador, colocando a la obra en la medianía del intento.

Hace alarde también del desprecio que los nacidos en la Ciudad de México y que se hacen llamar “capitalinos”, como si eso les diera un valor extra, sienten por los pueblos y ciudades del resto del país a los que llaman despectivamente “provincia”. En el texto la autora los denomina “pueblos pinchurrientos”.

Luego de las andanzas de cada hermana, tía, padres y abuelos, se abre paso una segunda parte para hablar ahora sí, de la protagonista a quien intenta definir como inteligente y bella pero cuyas acciones dicen lo contrario.

Cierto que las historias familiares suelen dar material valioso para la construcción de obras literarias, sin embargo, se requiere de una pluma muy fina para cumplir el objetivo y lograr despertar el interés del lector.

En el caso que nos ocupa, las andanzas de Matilde, Elena, Lorenza, Herminia, Juan y el largo listado de personajes existentes, incluida la propia Julia –la protagonista- no pasan del simple anecdotario familiar que se puede contar a los nietos y bisnietos en una comida de domingo, si es que en estos tiempos aún se dan.

Las familias –reitero- son buena fuente de tópicos para narrar, sin embargo, no todos somos Gabriel García Márquez.

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