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Sueños que transmutan en pesadillas

31 de octubre de 202231 de octubre de 2022

A principios de 2016 la Editorial Aldea Global publicó el libro “Flores de un Paraíso Perdido”, un conjunto de relatos en el que se exponen historias de mujeres migrantes provenientes de El Salvador, Honduras, Ecuador y Guatemala entre otros puntos de Centro y Sudamérica.

Inspirado en historias reales, el texto habla sobre el viaje que para todas ellas había sido poco menos que trágico mientras se escabullían entre las aguas turbias de los ríos, los entresijos de la selva, las maras, los zetas y otros traficantes de personas.

Todas cargaban sobre la espalda una historia personal, un dolor, una necesidad, una ausencia lejana y una nostalgia reciente. Todas se iban, dejando atrás pedazos de sí mismas, trozos de una vida repleta de dificultades que las obligaba a huir en busca de un mejor destino.

Dejaban también latidos de su propio corazón reflejados en el rostro de una madre, una familia o un hijo pequeño que aguardaría por la oportunidad para reunirse con ellas.

Los comentarios sobre el libro fueron diversos, desde el “muy buen  texto”, “obliga a la reflexión”, hasta el “has escrito cosas mejores” o “de qué me sirve saber eso”. Era pues un tema, sobre todo una narrativa, que a los lectores “cultos” no les interesaba porque lo veían como algo lejano, ajeno a su realidad cosmopolita y acomodada que les permitía comprar libros en el Sanborns, caros y fáciles de leer para compartir en los clubes de lectura un sábado por la tarde.

“Flores de un Paraíso Perdido” no era, ni es, para ese público definitivamente, porque hay quien a pesar de la grave problemática migratoria que existe a nivel mundial, cierra los ojos y opta por pensar que la única realidad es la que existe en su entorno cercano.

Ojos que no ven, corazón que no siente, pues.

Sin embargo, y a pesar de que hubo quien dijo que las cosas de las que se hablaba en el libro, no pasaban en la vida cotidiana y que la lectura de este solo le ocasionaba tristeza, algunos fueron capaces de advertir el fenómeno migratorio que a la postre se agudizó y que hoy día, seis años después de la publicación, tiene sumido a México, particularmente a Ciudad Juárez, Chihuahua, en una crisis humanitaria sin precedentes.

Recopilar la información para lograr una cifra exacta es un desafío porque son miles las personas –mexicanas, extranjeras, adultas, menores de edad, hombres y mujeres- que llegan cada día hasta la frontera en espera de poder cruzar el río Bravo y alcanzar el trillado “sueño americano”, que ha sido objeto de uso y abuso por parte de los delincuentes..

En la orilla del río Bravo o junto al muro que se extiende a lo largo de la frontera, no están solo los sueños de los Venezolanos, también hay lágrimas y súplicas de asilo de los salvadoreños, guatemaltecos, hondureños, ecuatorianos, nicaragüenses, haitianos y por supuesto mexicanos que viajan desde el sur del país con la mira puesta en el Norte lejano convertido en espejismo.

La violencia en todas sus formas, el autoritarismo, la falta de oportunidades laborales y para el desarrollo humano, son algunas de las causales señaladas para abandonar la tierra y huir, exponiendo la vida en un riesgoso periplo de miles de kilómetros diseminados por terrenos agrestes y urbes furiosas que carecen de los recursos necesarios para contener y atender la ola migratoria.

A la frontera llegan en camión, en tren, de aventón, caminando a veces y dejando una gran cantidad de dinero en manos de los coyotes que se escabullen del brazo de la ley como agua entre los dedos.

Otros han dejado la vida en el intento. Abandonados a su suerte, por esos mismos coyotes, el calor y la sed los mata. El desierto se los traga. Eso tampoco es nuevo, solo real; una realidad cruda que a pocos agrada pero que toca enfrentar con una visión empática y derecho humanista que permita comprender los motivos para emigrar.

La organización Missing Migrant Project (MMP) señala que durante las últimas dos décadas, el cruce fronterizo entre México y Estados Unidos se ha convertido en el punto álgido de una grave crisis de derechos humanos, donde miles de personas han desaparecido y muerto.

Desde 2014 MMP ha registrado el deceso de más de 2,980 personas y cada número representa no solo a un individuo, también a la familia y la comunidad que deja atrás.

La situación de las mujeres migrantes y de las niñas y niños no acompañados, rebasa cualquier límite planteado en la literatura y esta última, como reflejo de una sociedad, es útil para entender que hay tantas realidades como número de seres humanos en el mundo y que los sueños, con frecuencia transmutan en pesadillas.

Marcharse nunca es fácil. Duele abandonar la tierra que te vio nacer, porque allí se quedan no solo las raíces del origen, también las del alma y la sangre.

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