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Un encuentro con el viejo mundo, con el futuro y contigo mismo

24 de julio de 202424 de julio de 2024

Crónica de viaje a Sevilla

Salud Ochoa

I

La partida de Chihuahua fue el domingo 25 de marzo, poco antes de las 10:00 de la mañana. Hacía un viento intenso que bamboleaba el vehículo, en una danza de poder entre la naturaleza y la creación humana.

El punto final del viaje era Sevilla, España, pero antes debías atravesar el desierto chihuahuense, la frontera marcada por el río Bravo y luego el Océano Atlántico en un vuelo de Dallas a Madrid.

Había emoción contenida por el periplo hacia el “viejo mundo” tan desconocido como lejano y al mismo tiempo tan parte de nosotros como la savia que alimenta al árbol genealógico que corre por las venas.

Ir a Sevilla no fue una decisión fácil, hubo que sortear muchos obstáculos, aunque en el fondo, la respuesta a todo siempre está en el interior de cada uno. Lo sabía: quería ir, ser parte de esa comitiva y descubrir lo que hay del otro lado del globo terráqueo, más allá del punto donde nacen las olas altas y germinan los huracanes; conocer la tierra de mis ancestros, el origen de mi nombre, el antecedente del país donde hoy vivimos.

La 8ª tormenta invernal levantaba polvaredas a los costados de la carretera Panamericana que atraviesa el estado de norte a sur, prolongándose al resto del territorio mexicano con otro nombre. La masa polvosa lucía dorada por momentos, en otros grisácea, pero siempre amenazante de alguna forma. El desierto furioso mostrando señales de vida y muerte.

¿Qué hay más allá de los cien metros visibles? Incertidumbre. Solo eso.

Cruzar la línea fronteriza fue una odisea. Una loca carrera entre las filas de autos arrastrando maletas de 15, 20 o 25 kilos, tal vez más; luego el primer filtro: pagar por el uso del puente peatonal, caminar contra el viento, seguir luchando con el peso del equipaje, el polvo pegado a los cabellos, la garganta reseca y los ojos llorosos.

“La primera aventura”, dijo alguien y así fue.

El segundo filtro esperaba en las oficinas del CBP, donde los estadounidenses y los mexicoamericanos te miran de reojo a través de un cristal que los separa de “los otros”, los que llegan a pedir permiso para poder ingresar al país donde algunos dicen que los sueños se cumplen. No todos concuerdan en ello, pero la idea persiste.

No hubo contratiempos mayores excepto que las personas detrás del cristal solo dijeron “pase” –después de mirar a la cámara y tomar todas las huellas digitales posibles, para rastrearte en cualquier lado en caso necesario.

El permiso estaba dado, solo había que buscarlo en alguna liga de internet para estar a tono con la era digital. Es así casi todo en todas partes: te mando un link, usa una app, escanea un código, paga con tarjeta, provéete tú mismo los servicios a través de la tecnología y las máquinas inteligentes que en realidad, son tan “brutas” como uno mismo.

Las creó un humano, que no se olvide eso.

Y allí está el medio de transporte que te lleva al hotel erróneo, luego a otro y al día siguiente al aeropuerto de El Paso, donde los obstáculos no solo se replican, sino que se multiplican ante el peso del equipaje, los temores y el desconocimiento.

“Aprieta ese botón, inserta la tarjeta, saca el ticket, así no funciona, inicia el proceso de nuevo, ahora sí paga”, es lo que entiendes en tu inglés de escuela, no de vida.

Finalmente, el pase de abordar está listo. Luego el proceso de revisión: quitarse la chamarra, los zapatos, los aretes y si fuese posible la ropa, aunque aquello se convirtiera en un carnaval de cosas raras. Afortunadamente para eso está otra máquina que te escudriña por entero. Nada de ti se salva, ni siquiera tu dignidad.

¿A qué punto hemos llegado, te preguntas, como para que alguien considere necesario revisarte las entrañas?

El primer vuelo es sencillo. Desde El Paso a Dallas, ambos puntos en Texas, el estado de los vaqueros, los millonarios con sombrero, el petróleo, Jessica Simpson, Eva Longoria, el fútbol americano, Greg Abbott y la política migratoria extrema.

Un estado que alguna vez fue de México, pero esa es otra historia.

El segundo aeropuerto hace evidente la diferencia que existe entre el norte y el sur: el idioma, las razas, las múltiples culturas transitando por los pasillos, el tren, los restaurantes de comida rápida, las tiendas de artículos de lujo y las casas de cambio que abusan de la necesidad de los demás.

Una espera alargada por lo desconocido. Luego el ya clásico retraso del avión, los rostros molestos, el cansancio acumulado o la nostalgia que empieza a moverse como una sanguijuela en crecimiento por el cuerpo.

Aún no te hace daño, pero ya detectas su presencia.

A nadie le importan las nostalgias cuando no son suyas, dicen, sin embargo, todos las llevan en su interior. Cuando uno se va de casa y alguien te espera, esa nostalgia pesa, aunque sepas que has de volver.

Recuerdas los rostros y los abrazos que te despidieron y lloras, hacia adentro, en silencio; lágrimas que nunca nadie conoce ni entiende.

II

El vuelo a Madrid dura diez horas. Una eternidad cuando intentas acomodarte en un asiento ajustado, al lado de personas desconocidas con quienes debes compartir el espacio, el tiempo, el aire denso, el sueño a más de 30 mil pies de altura, el sonido inacabado de motores, el llanto de los niños, el vómito de otros, el sanitario y las películas pasadas de moda.

Eres tú y los otros. Eres tú contigo mismo, con tus manías, tus pensamientos y recuerdos. Tus añoranzas, tus deseos de ser distinto incluso. ¿Dónde estaría ahora si no hubiese aceptado este viaje? Te preguntas en algún momento cuando el tiempo parece detenerse en ese limbo más allá de las nubes.

Te cuestionas las cosas, los hechos, las decisiones.

¿A qué maldita hora se me ocurrió estudiar otra Maestría si ya tenía una? ¿Cuándo terminaré la tesis que parece inacabable? ¿A quién le importa el tema que estudio? Nadie quiere hablar de periodismo y literatura en estos tiempos ¿Llegará el momento en que ponga un alto al hámster que vive en mi cabeza? O ¿seguiré dando el libre paso a la bipolaridad y la locura?

Las preguntas no te dejan en paz mientras las horas pasan, lentas, en ese espacio cerrado que acoge tantas diferencias.

El sueño te arrastra obligatoriamente. Duermes, tus músculos se encogen, el cuello se deforma, duele, miras al otro que tiene los ojos cerrados y la boca abierta y allí estás tú luchando por no ser lo que aparentas ni aparentar lo que eres ¿o es al revés? ¡Qué importa! han pasado mil horas y sigues en el limbo, con el mismo sonido atronador y el estómago gritando que necesita liberarse.

Luego despiertas y tu cuerpo pregunta por qué debe desayunar si hace tan poco tiempo que tomó la cena.

La azafata te pregunta qué bebida prefieres y tú no alcanzas nada más que a responder “water”, agua, porque tienes sed y no hay café o jugo artificial que alcance para saciarla. En un futuro cercano las guerras no serán por los energéticos, el poder, el territorio o cualquier otra locura que se le ocurra al hombre, sino por el agua.

La sed es la condena del ser humano.

En breve anuncian que estás a punto de llegar a Madrid, la capital de la madre patria, esa a la que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, exigió disculpas por la conquista de un país que no deseaba ser conquistado (2019). ¿A quién le importa eso si han pasado siglos de oportunidades para ser tú mismo?

La subida al tren es otro desafío: rápido porque todos se empujan y el armatoste se va lo más pronto posible. La maleta pesa cada vez más, o son los brazos que pueden cada vez menos.

La vista de la ciudad desde la ventanilla del tren no es agradable. Los edificios multifamiliares se miran a distancia como una repetición inacabada uno tras otro, y allí vas tú, tratando de absorber cada detalle.

¿Será este el futuro que espera? Te preguntas y piensas en la cantidad de personas que habitan en el mundo, que no es más que uno solo el que se tiene tal como es ahora. El Censo mundial indica que en 2024 ya somos 8 mil millones y la cifra seguirá aumentando con 4.3 nacimientos por segundo a nivel global (Marín, 2023).

En este punto la ciudad no luce bien. Es aburrida y triste como todas las ciudades en esos sitios donde el color de las paredes y los techos luce desgastado, cotidiano, taciturno.

 La estación de trenes parece romería. Todos van o vienen de alguna parte; algunos apresurados, otros más lento porque quizá aún faltan horas para emprender el nuevo viaje.

Es el caso del grupo. De este grupo amorfo, desigual, compuesto por infantes y personas de la tercera edad.

El jardín central es un respiro verde enmarcado en el “Siempre quise ser escritora, no me recuerdo a mí misma queriendo ser otra cosa”, de Almudena Grandes, que te hace entender que justamente estás allí porque siempre quisiste ser lo que eres, hacer lo que haces y cobijar tus noches con las letras ajenas y las propias.

Estás aquí porque en algún punto deseaste hacerlo y no debes rendirte.

Escribir es un acto de rebeldía. Decir lo que piensas es riesgoso, pero también satisfactorio. Eres tú y tu libertad, tu circunstancia, tu condena a veces.

En la pantalla aparece el llamado para tomar el tren a Sevilla. Todos corren a la fila que empieza a moverse a la hora indicada. La puntualidad es notable. Avanzas con el brazo entumecido por el peso de la maleta que ahora resulta odiosa.

¿En qué pensaba cuando empaqué tantas cosas? Te preguntas mientras el baúl moderno te empuja (o te jala) a su criterio. Los objetos no tienen un criterio es obvio, pero a esas alturas del viaje casi crees que es posible.

El tren se mueve a más de 200 kilómetros por hora traspasando un paisaje distinto a la ecorregión del desierto chihuahuense. Todo alrededor luce verde, florido, vivo. El cielo nublado enmarca la geografía rocosa que obliga al tren a cruzar túneles que, por breves instantes, recuerdan a la ruta Chihuahua al Pacífico recorrida una y otra vez.

Todo es nuevo, todo es observable, todo es motivo de asombro, y al igual que antes, en los años de infancia, imaginas historias mientras miras por la ventana los árboles, las lagunas temporales a causa de la lluvia, las construcciones de piedra, las montañas y el horizonte que se extiende ante ti como si nada le impactara o le fuese extraño.

¿Habría Don Quijote transitado por estos caminos? Preguntas y te das cuentas que estás alucinando.

El altavoz anuncia que finalmente has llegado a Sevilla.

III

Las calles empedradas, los callejones curvos, los árboles, las flores pendiendo de los ventanales, los edificios antiguos, los puentes atravesando el río y el río mismo, son el corazón de una urbe que palpita entre la modernidad y la historia; la cultura, las tradiciones y la identidad de un lugar que abre los brazos a los visitantes.

Sevilla.

A miles de kilómetros de Chihuahua, el primer contacto con la ciudad a la luz del día se da bajo el cobijo de un temporal lluvioso atípico. El cielo nublado de la noche previa está de nuevo allí, con un manto grisáceo salpicado con puntos de color que de cuando en cuando se vuelven chorros de luz.

El primer paso para sobrevivir en un país extraño es adquirir la moneda local, en este caso el euro. De allí a la compra de una tarjeta para el transporte urbano, la caminata obligada que permite ubicarse en el entorno, las estaciones del autobús, el número de este (cuál te lleva o te trae de un punto a otro), la adquisición de una sombrilla ante la inminente lluvia, la lucha constante contra el sueño y esa extraña mezcla de somnolencia y mareo generada por el huso horario; ese es el pretexto, quizá sean los años y los daños que ya no permiten grandes cambios.

El segundo paso es entender el estilo de vida y acostumbrarse, aunque sea temporalmente, a él. Las caminatas, el traslado en camión, patín o bicicleta, son la constante para la mayoría de la población de todas las edades.

Disfrutar la comida, el vino, el café servido en pequeños vasos de vidrio y la calma con la que viven el día a día.

Aprender a convivir con las personas y el entorno, entender las diferencias para superarlas o sobrellevarlas. Finalmente, de eso se alimenta una sociedad, cualquiera que sea su origen o destino.

La magia de la ciudad lo hace más sencillo. Sevilla tiene historia, cultura, arte; el río cuyo nombre aprendiste en la escuela primaria y que ahora lo tienes frente a ti, con su flujo pacífico invitándote al recuerdo del aprendizaje histórico.

La torre del oro, la catedral, los puentes, las plazas, las carretas haladas por caballos, la gente sus costumbres y vestimenta te gritan que estás en otro momento, aunque nadie lo entienda, avanzas a otro ritmo y tu vida ya ha cambiado.

IV

El periodismo cofrade es la primera ponencia presentada como parte del Primer Encuentro Internacional Edu-comunicación y Periodismo en el Contexto Global que motivó el viaje a España.

Conocer desde la investigación y la academia, la relevancia que reviste la Semana Santa en Sevilla, permite darse cuenta que hay un gran arraigo religioso, pero más allá de eso, que hay toda una cultura en torno al tema.

El objetivo es venerar la Pasión de Cristo a través de las cofradías cuyos orígenes se remontan al siglo XVI.

Así, a través de Daniel Moya López, conoces que La Macarena es la hermandad con más integrantes, sumando alrededor de 13 mil, pero también con más nazarenos (4 mil); la hermandad que realiza el mayor recorrido es la de San Pablo, que suele alcanzar poco más de 10 kilómetros y la del Cerro del Águila la que se mantiene más horas en la calle (15 hrs).

Pero ¿Cómo contar todo esto?

Moya López te dice que, si bien no hay un periodismo especializado en el tema, sí puede hablarse de una sub especialización del periodismo cultural que deviene en el periodismo cofrade.

Las piezas periodísticas emanadas de esta práctica son meramente informativas, aunque también hay lugar para las crónicas que recogen el fervor popular. Se maneja un lenguaje técnico, especializado, formativo y pedagógico.

La crónica sin duda es la vía idónea.

De la religión pasas al Periodismo y Poder en el Contexto Global, con la guía y el conocimiento de Rosalba Mancinas Chávez; la Comunicación Alternativa para el Fortalecimiento de la Identidad Cultural, con Vanessa Ledezma; el Periodismo Científico en Contextos Iberoamericanos, con Yesenia Mendoza; las Tendencias de Investigación en Comunicación con cuatro mujeres doctorandas; y la relación Periodismo y Literatura con Pastora Moreno, la única mujer catedrática en la Universidad de Sevilla.

Su nombre significa “persona que guarda, guía y apacienta el ganado, especialmente el de las ovejas”. Somos ovejas en proceso de aprendizaje, para dejar el rebaño que nos convierte en masa.

Luego, una mesa redonda sobre la Importancia de la Participación en los Procesos Democráticos y la Necesidad de Comunicarlos; el Periodismo ante el Reto de la Inteligencia Artificial con Daniel Rodríguez Cano; y el Periodismo Ambiental ante el Cambio Climático con Rogelio Fernández Reyes.

Las actividades académicas concluyen con las Jornadas sobre la Cobertura de Conflictos Bélicos en la que participan periodistas de la organización Reporteros sin Fronteras, así como de diversos medios de comunicación.

“Hoy día se hace periodismo desde la redacción”, dice alguien. Difiero, desde el centro de mi ser periodista, difiero. El periodismo se hace en la calle, con la gente, con las fuentes primarias y tu capacidad.

La realidad no se interpreta desde un segundo plano. La realidad se vive, se palpa, se reconoce.

La cobertura de un conflicto bélico tendría que ser en la guerra, desde las trincheras, con los soldados jugándose la vida, por una patria, por un ideal. En México no hay guerra entre ejércitos uniformados, pero sí entre esos ejércitos alternos que dejan muertos por todos lados. Una guerra desigual que se va perdiendo (Rosen y Martínez 2015).

Hay guerra por el agua, por el territorio, por la migración.

¿Qué le pasa a la sociedad? ¿En qué momento se vuelve putrefacta? ¿Es la ambición por el poder?

Las reflexiones se enriquecen con la visita al periódico ABC de Sevilla, donde Torcuato Luca de Tena te sorprende, recuerdas los “Renglones torcidos de Dios” y resulta increíble estar allí, donde al autor quizá nunca imaginó que alguien como tú llegaría.

El edificio del Rectorado de la Universidad, que alguna vez fue una fábrica de tabaco, es también sorprendente; con los arcos y cúpulas, las figuras de yeso y la amplitud de los patios.

En las exposiciones, líneas de tiempo, estudios, comparativos y cuestionamientos planteados durante las jornadas académicas, hay conocimiento disponible que tomas, acorde a tu mente y tus capacidades. Algunos más, otros menos, y un tercer grupo que piensa que lo protagoniza todo. El ser humano es así: diverso, raro, individualista, egoísta a veces.

Sin embargo, tú decides de qué lado estás y ese lado debe ser el que dicte tu intelecto, tu conocimiento, experiencia y razonamiento. El lado que tú mismo construyes, no el de alguien más.

A estas alturas y en este punto del viaje, tienes claro lo que quieres y sobre todo lo que eres. Aprendes. Eso es lo importante en este viaje.

V

La hora de volver a casa llega. El mismo recorrido hacia atrás, en sentido literal y figurado.

Pedir transporte a través de una aplicación aparentemente útil en todas partes, llegar a la estación, revisar pantallas, buscar la fila correcta, el momento indicado para avanzar hacia la obligada verificación de documentos, subir a la rampa eléctrica en lucha continua con la misma maleta de llegada solo que más pesada que antes, el esfuerzo para subirla a la banda de revisión, la búsqueda del vagón y una nueva línea en espera de que las puertas se abran.

Hora de subir. Tres escalones que parecen una vida entera de sufrimiento. Allí te arrepientes de cada souvenir adquirido, de cada prenda de ropa que no necesitas pero que te pareció un pecado ir a España y no hacer compras en la tienda Zara. Al final no fue una sino varias.

“Es más barato” te convences sin pensar en las implicaciones posteriores.

Finalmente logras llegar a un asiento donde crees que todo estará en calma por lo menos durante las horas del viaje. No es así. Una niña a la que le calculas 7 u 8 años de edad te mira fijamente, te escanea con esa mirada que tienen las nuevas generaciones y que parece gritarte que perteneces a la prehistoria, que no tienes cabida en un mundo en el que resultas ser algo “vintage” por decirlo de alguna forma que suene menos ruda.

Eres demasiado viejo para esto. Te lo dicen constantemente, a veces de forma diplomática y en otras no tanto.

“Betabel”, es la palabra que los chihuahuenses utilizan para referirse a las personas adultas, aunque no seas de color guinda o tengas ramas lacias, no importa, simplemente ya no entras en el arquetipo de la juventud que implica delgadez, curvas pronunciadas o ausencia de arrugas en la piel.

Desconocen, erróneamente, que lo que importa son las arrugas del alma, y esas las tiene cualquiera (sin importar la edad) porque son por carencias no por años vividos. Son por necesidades no por sueños cumplidos.

Te ríes del mundo y el mundo piensa que te ríes con él. Craso error.

Madrid es otra historia, otro contexto.

La Gran Vía, la Puerta de Alcalá, la Puerta de Toledo, el Jardín del Retiro, el Museo del Prado y todos esos sitios donde aparecen los nombres de personajes conocidos a través del arte y la literatura, obligan a querer quedarte más de lo que te es posible.

Quizá después, en otro viaje, en otro tiempo, con otra gente.

La necesidad de volver se hace presente. Porque hay quien te espera, necesita un poco de ti, o quizá simplemente es porque quieres estar en ese sitio seguro donde alguien te abraza sin decirte nada, sencillamente porque algo de ti le es suficiente.

El vuelo del retorno es largo. Tedioso mientras miras en la pantalla el simulador del avión desplazándose hacia el norte en una ruta que quizá busca evadir el riesgo del Atlántico. No lo sabes, pero estás allí otra vez en ese sillón estrecho, conviviendo contigo mismo y con los otros mientras miras desde lo alto la esencia de la cartografía, los barcos que parecen juguetes surcando un mar desconocido, la nívea esperanza de las nubes y el lento avance de la figura alada.

Esperar. Resistir. No tienes otra opción.

El sueño te gana la partida por momentos, más por aburrimiento que por necesidad. Abres los ojos, inmerso en un extraño mareo que te indica que sí, quizá los otros tienen razón y ya eres parte de la categoría denominada “betabel” en esta parte del mundo donde te ha tocado vivir.

“Qué más da todo”, piensas, si en este infinito inexplicable en un segundo pudieras no ser nada.

Extrañas entonces a tus seres amados, al techo que te da cobijo, a la tierra que te da arraigo. Lo extrañas todo, incluso a ti mismo porque eres “distinto” en otra parte.

Diez horas después aterrizas en suelo americano. Aún no has llegado a casa, pero sientes que estás ya del lado indicado de la historia. Tu propio lado. Los días previos empiezan a parecer un sueño y la memoria a recordarlo como tal.

Un vuelo adicional y estarás más cerca. En la frontera de lo infinito y lo imposible. Y de pronto allí estás, en la línea que divide al primer mundo del mundo en eterno desarrollo, de los migrantes y los desamparados, de las sombras nocturnas que huyen a media noche en un sitio al que nadie quiere.

Estás en Ciudad Juárez y el cabrón del taxi te ha cobrado 120 dólares por llevarte del aeropuerto al hotel. No objetas porque lo único que quieres es dormir, descender del limbo donde tu mente yace entre dos realidades distintas: la tuya y esa otra que camina adelante, y en ese preciso instante ya está en el futuro.

El regreso es casi una copia de la partida.

Los mismos rostros, la misma gente, el mismo entorno. La misma carretera enrarecida por los baches, el mismo anuncio de ventarrón y polvaredas; el mismo sitio que dejaste semanas atrás.

La diferencia es que tú ya no eres el mismo. El viaje te ha cambiado de una y mil formas, solo que aún no te has dado cuenta del todo.

Aprendiste y ese aprendizaje ya te hace distinto a los demás.

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