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Un pedacito de infierno

24 de junio de 202225 de junio de 2022

Escribana

El 16 de julio de 2019, en una sala de la Fiscalía Zona Occidente ubicada en Cuauhtémoc, Lorenzo narró los meses de horror que vivió como esclavo, en un campo de amapola localizado cerca de Yoquivo, municipio de Ocampo.

Ya había tomado alimentos y aseado su cuerpo, sin embargo, la tristeza e impotencia ante las agresiones vividas, seguían presentes en su rostro enflaquecido por largas jornadas de trabajo y ayuno, pero también por el dolor de saberse un ser humano violentado al extremo por otros “humanos”.

En aquel momento no había más que el rescate como un triunfo por la anhelada libertad, ningún detenido tras la refriega entre policías y delincuentes, que lograron escapar aprovechando la intrincada geografía de la sierra de Chihuahua.

Hoy, casi tres años después, se dio a conocer la detención de Henri Giovanni V.B. de 44 años de edad, como presunto responsable del delito de trata de personas con fines de explotación laboral.

Según informes de la Fiscalía General del Estado, la captura de Giovanni se dio la mañana del pasado jueves en el poblado conocido como Casa Colorada, del municipio de Cuauhtémoc.

El mismo municipio donde reclutaron a Lorenzo. Allí lo engañaron, allí le robaron la libertad.

De acuerdo con la investigación ministerial, Henri Giovanni V. B., alias “El Chínipas” reclutó entre los años 2015 al 2019 a personas diciéndoles que era para trabajar instalando cercas para ganado en la sierra, pero en realidad, las llevaban a trabajar en la siembra y cultivo de mariguana y amapola, bajo amenaza de muerte si intentaban escapar.

El 11 julio de 2019, la Fiscalía de Distrito Zona Occidente, llevó a cabo un operativo en el que se logró rescatar a 21 víctimas que estaban contra su voluntad en unas cuevas en un lugar conocido como “La Gallina”, cerca del poblado de Yoquivo, municipio de Ocampo.
La acción policial se efectuó luego de que una persona escapó del lugar y dio aviso a las autoridades, mismo que refirió que los obligaban a realizar jornadas extenuantes y que solo les daban una comida al día, consistente en agua con maseca, alimento al que le llamaban “El Loco”.

Giovanni fue puesto a disposición del Juez de Control del Distrito Judicial Rayón, quien le formulará imputación tocante a lo establecido en la causa penal 12/2019.

La decisión del juez, quizá regale a Giovanni un pedacito del infierno que Lorenzo padeció.

EL INFIERNO DE LORENZO EN EL CAMPO DE AMAPOLA

“Ya valió madre” pensó Lorenzo cuando vio a los hombres armados que los bajaron del camión gris que los transportó a él y sus 9 compañeros desde Cuauhtémoc hasta algún lugar de la sierra en ese momento desconocido. Allí inició oficialmente la “esclavitud”, la desgracia ya había empezado antes, cuando aceptó la oferta para ir a trabajar a San Juanito en la construcción de un cerco por un pago de 250 pesos diarios, sin embargo, ni San Juanito ni el pago fueron verdad. En su lugar llegó la violencia extrema, el ayuno prolongado, la tortura, la desesperanza y el infierno mismo. De alguna forma llegó la muerte.

“Estábamos muertos en vida, parecíamos zombis”, relata el hombre de 30 años quien arribó a Cuauhtémoc en busca de trabajo y lo que consiguió fueron cuatro meses de horror obligado a trabajar en la siembra y cosecha de amapola en la recóndita geografía del municipio de Ocampo.

Las condiciones de vida a las que Lorenzo y decenas de hombres más se enfrentaron, no sólo les robaron la libertad sino que por momentos, incluso la razón.

Las jornadas de trabajo extremas, la violencia física y emocional ocasionaron que Lorenzo intentara suicidarse en dos ocasiones; sin embargo, el momento más duro llegó cuando el hambre lo llevó a pensar en asesinar a un compañero para comérselo.
Trabajar de sol a sol, dormir hacinados en una cueva, cubrir sus necesidades fisiológicas a la vista de todos y durar días y noches con la misma ropa sucia, el pelo largo y las huellas de los golpes y las heridas, hicieron que el baño fuera un “privilegio” que tenían cada 30 o 40 días y que sólo alcanzaban aquellos que cumplían “un corte de talachada”.

“Es un infierno, igual que en los tiempos de Moisés cuando fue por su gente a Egipto. No tiene nombre”, señaló Lorenzo, con las lágrimas contenidas y el dolor a flor de piel.

EL INICIO, LA PROMESA Y LA REALIDAD…
La tragedia de Lorenzo inició el 25 de marzo de 2019 cuando al salir de cenar detectó a una persona que abordaba a otros hombres ofreciéndoles trabajo. Él lo necesitaba y se acercó sin imaginar lo que vendría después.

“Tenía dos días de regreso en Cuauhtémoc. La segunda noche iba saliendo de cenar y miré una persona abordando a la gente, me acerqué y me ofreció ir a trabajar por un mes levantando un cerco en San Juanito. Me dijo que pagaban 250 pesos por día con comida y hospedaje. Le creí como menso y me fui con él y un grupo de nueve personas más. La mañana siguiente nos dieron desayuno, nos subieron a un camión gris y nos fuimos. El viaje duró cuatro horas pero la troca avanzó más allá de San Juanito y de repente ya estábamos más adentro de la sierra en un camino de subidas y bajadas. Allí nos estaban esperando un sujeto armado y otro encargado con una radio. De repente se empezaron a ver más trabajadores, alrededor de 60, ellos descargaron el camión, arreglaron la carga y allí vamos todos subiendo para llegar al campamento. Avanzamos como una hora”, recordó Lorenzo entre silencios y la mirada que parecía viajar a un pasado doloroso, indignante y que aún le generaba rabia.

Cuando miró al hombre armado, se dio cuenta que la “promesa” de trabajo honesto era falsa y guardó silencio sabiendo que eso podría hacer la diferencia entre la vida y la muerte.

“Cuando vi al hombre armado con un R-15 dije: ya valió madre. Me agüité, -me dije-, sigue el rollo para que no haya problema. Al principio nos dijeron que todo iba a estar bien, que nos quedaríamos a fuerzas pero que a finales de mayo podríamos regresar. Allí nos dijeron abiertamente que íbamos trabajar en el campo de amapola”.

Al siguiente día, los trabajadores tuvieron que escoger un pico para empezar a “aflojar” la tierra en escalada y prepararla para la siembra. Era la “talacha” que se prolongaría por tiempo indefinido.

“Nos pusieron a talachar. Allí duramos una semana, la siguiente semana trabajamos en otro terreno y a principios de mayo nos empezaron a separar a todos. Duré cuatro días en el siguiente campamento y luego me regresaron a la talachada”.

Su retorno significó una dura prueba que lo expuso a la molestia de un cuidador apodado “El Chonche”, quien aprovechaba cualquier oportunidad para golpearlos y degradarlos. La verdadera tortura estaba por llegar.

“Allí empezó lo más feo porque el encargado original se fue a otro campo a rayar y juntar la goma; dejaron a otro trabajador encargado con el pistolero llamado “El Chonche” y dos sujetos más. Cada vez que el encargado se descuidaba “El Chonche” aprovechaba para lastimar a sus víctimas. Mandaba a otro a buscar una raíz para golpearnos sin ningún motivo. Yo miré con mis ojos como le metieron 20 litros de agua por la boca a otro trabajador; lo amarraron y se lo echaron. Me agüitaba mucho porque pensé que sólo se trataba de aguantar la tormenta y nos iban a pagar, pero no fue así. Allí es donde empezó la verdadera tortura, nos pegaban, nos pateaban, no nos daban comida, sólo al mediodía nos daban un litro de agua con azúcar y maseca”, indicó mirando hacia ninguna parte dentro de un auditorio en el que todavía no podía creer que se encontraba a salvo.

Además de los golpes propinados por los cancerberos, Lorenzo también sufrió accidentes que nunca fueron atendidos y cuyas cicatrices quedaron como prueba del desprecio del hombre por el hombre.

“Éramos como 50 personas trabajando y cuatro se encargaban de subir el agua. Un día me resbalé porque apenas andaba acostumbrándome a caminar con los huaraches y sólo por eso me dieron como 20 patadas. Otro día dejaron rodar una piedra y mientras yo le servía un vaso de agua con maseca al encargado, la piedra me cayó en la cabeza, miré todo blanco por un segundo y caí de rodillas”, narró mostrando la herida que aún yacía en su cráneo y que en su momento se convirtió en una “fuente” sanguinolenta que nunca fue atendida.

“La sangre empezó a salir como si la disparara con una pistola de agua, como una manguera rota. Me dieron 10 minutos para alivianarme y tuve que seguir trabajando. Duré mucho tiempo con el cuello y la quijada adoloridas. Todavía me provoca dolores de cabeza”, recordó con esos recuerdos amargos que trastocan el alma.

SUEÑOS DE LIBERTAD
La noche era para Lorenzo el momento más feliz en la cárcel sin rejas donde vivía porque estaba descansando, dormía y al mismo tiempo podía escaparse a través de los sueños.

“En algún momento sí pensé en escapar. Me quise esconder para hablar con otro encargado de otro campo y pedirle que me dejara hablar por teléfono con mi novia y sólo por eso pensaron que me quería escapar y dijeron que me quedaría cinco años allí”.
Una semana más tarde, los talachos fueron guardados porque iba a empezar la raya de la goma y entonces, estuvieron frente al patrón.
“El mero patrón llegó y preguntó quiénes eran los más lentos para caminar; yo era uno de ellos. Nos apartaron y nos mandaron a otro campamento. Eso significó un rescate porque allá no nos golpeaban tanto”, dijo y la mirada cayó al suelo otra vez en busca de respuestas que no llegaban.

Lo que sí se hacía presente era el coraje y la impotencia como una sombra redundante y oscura que no quería alejarse, porque las heridas emocionales a veces se convierten en fantasmas difíciles de erradicar.

“Tenía miedo, coraje, hambre más que todo. Llegó un momento en que pensé hasta matar a un compañero para comérmelo. Me estaba entrando un lado muy salvaje. Mis delirios empezaban como a las tres de la tarde hasta la hora de la cena. Sólo pensaba en comida y todo eso me torturaba mucho. Me preguntaba ¿por qué lo llevan a uno así, por qué te engañan diciéndote que vas a trabajar bien, que te dejarán comunicarte con tu familia? Antes de aceptar el trabajo pregunté eso y dijeron que iríamos cada semana al pueblo pero no fue así”, reclamó y luego hizo silencio.

“DIOS: ¿QUÉ HICE PARA MERECER ESTO?”
Creyente y seguidor de una doctrina religiosa, Lorenzo aseguró que durante el tiempo que estuvo en cautiverio, cuestionó a Dios y a sí mismo tratando de encontrar explicación a la situación en la que se encontraba.

“Soy muy creyente y llevaba rato que no platicaba con dios. Ahora después de esto me hice más creyente porque hice una promesa. Sí llegué a pensar que me estaba pasando aquello por algo que hice, pero no me acuerdo que haya hecho algo tan gacho como para merecerme esto. Entre los mismos compañeros ya nos odiábamos unos a otros, ya nos rasguñábamos entre nosotros, había mucho conflicto. Pensé en escaparme pero me iba a topar con otro campamento y tenían perros y el castigo era que te echaban al charco de agua fría a las dos de la mañana. Te la estabas rifando porque además te puede atacar un coyote o comerte un león”.

La muerte parecía lo único seguro alrededor; sin embargo, a pesar de las condiciones de esclavitud en las que se encontraban, Lorenzo tenía claro que no vio morir a nadie aunque ya estaban muertos en vida.

“No me enteré de que alguien muriera, nunca vi que asesinaran a alguien pero ya estábamos muertos en vida. Yo me comparaba con los zombis porque estábamos todos mugrosos. Intenté suicidarme dos veces: una me quise ahorcar y en otra me quise aventar a un barranco pero no me animé. Tengo hermanos y pensé en ellos todo el tiempo pero les tenía envidia porque pensaba en lo que estarían haciendo mientras yo estaba allá y quería estar con ellos”.

La esperanza de salir de aquel agujero negro, se mantenía viva aunque en el fondo, no importaba la manera. Con el corazón latiendo o sin eso, pero saldría de allí.

“Yo siempre encuentro lo positivo de las cosas y eso me mantuvo vivo. Siempre estuvo en mi mente que iba a salir, vivo o muerto pero iba a salir; si no era en el camión en el que nos llevaron iba a ser muerto. Un amigo y yo nos pusimos un plazo límite, si no nos dejaban salir nos escaparíamos. Teníamos planeado desarmar a uno de los vigilantes, ya tenía yo un mapa mental de lo que habíamos visto y conocido”.

LA LIBERTAD NO TIENE PRECIO, QUIERO VOLVER A MI PUEBLO Y QUEDARME ALLÁ
Luego de cuatro meses en cautiverio, Lorenzo aseguró que lo único que quería era recuperar el tiempo perdido, regresar a su pueblo y no volver jamás a Chihuahua, donde su vida había quedado marcada para siempre.

“Me regresaré al pueblo, quiero recuperar el tiempo, quedarme allá; prefiero estar entre caballos que acá arriesgando todo. La libertad no tiene precio. Yo les dije una vez que ellos violaban muchos derechos simplemente por no darnos una hora de descanso ni comida y me dijeron que allí no era el gobierno ni nada, “aquí hay que chingarle y ya”.

Nos hablaban Así: ven para acá pendejo, hijo de perra, es violencia psicológica constante, te tumban la moral muy feo y sientes que no vales nada. Estoy muy molesto porque yo venía a trabajar de manera honesta y para que solo te echen mentiras y te engañen. No tienen pantalones. Yo los perdono pero necesitan agarrar la onda porque van a terminar pagando muy caro si no se arrepiente. Que ganen su vida sembrando esas cosas pero no con la gente, eso es otra cosa”.


EL RESCATE, LA INCREDULIDAD Y LAS LÁGRIMAS
El día que Lorenzo y sus compañeros fueron rescatados, acababan de tomar el magro desayuno cotidiano y luego de hablar con uno de “los patrones”, este se fue a trabajar desesperanzado porque le dijeron que solo diez hombres se irían ese día.

“Apenas llegábamos al corte para el desmonte. Hablé con uno de los patrones y me dijo que diez se iban y diez se quedaban. Me fui muy agüitado. Llegué a lugar de trabajo y dije bromeando: la palabra mágica de hoy es “los diez” y como a los diez segundos llegaron los hombres (los policías) y les dije que había gente armada vigilando. Imploré: ¡sáquenos de aquí por favor! Tenía mucho miedo, estaba llorando mientras pedía que nos sacaran de allí. Todos cooperamos para irnos, existía el miedo que nos interceptaran con armas, llegué a pensar que eran ellos mismos, comprados, que sólo nos iban a sacar para no pagarnos. Ya cuando estábamos aquí entendí que era en serio”, señaló con una sonrisa a medias y la incredulidad aún presente.

A poco más de una semana de su rescate, Lorenzo dijo que aunque aprendió a valorar la libertad y la vida, las pérdidas eran mayores porque no solo perdió tiempo valioso, también trabajo, dinero, una prometida y un matrimonio en ciernes y casi se pierde a sí mismo.
Su mensaje fue claro: “No te subas con extraños sin saber a dónde vas”, dijo el hombre nacido el 5 de octubre de 1988 en Coahuila y quien por azahares del destino, creció en Tijuana, “murió” en Cuauhtémoc y se aferró a una segunda oportunidad de vida en Ocampo.

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