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Vikingos o la reproducción de la violencia

20 de enero de 202320 de enero de 2023

Durante los primeros días del 2023 por alguna razón empecé a ver la serie “Vikingos”, que se exhibe en la plataforma Netflix y que cursa ya su sexta temporada. Cansada un tanto de las melosas historias navideñas, creí por un momento que quizá encontraría algo de acción para pasar el rato sin mayor problema.

Sin embargo, transcurridos los primeros minutos del capítulo en cuestión –no de la primera temporada sino ya de la cuarta- mi estómago inició una protesta tímida debido a la cantidad de sangre y violencia existente en casi todas las escenas.

La protesta estomacal creció conforme avanzaba la historia hasta convertirse en una verdadera rebelión interna difícil de controlar que terminó obligándome a tomar el control y apagar el televisor.

Y es que más allá de las escenas dantescas donde los ejércitos se enfrentan en luchas cuerpo a cuerpo y cortan cabezas enemigas a diestra y siniestra en aras de ganar tierras y convertirse en soberanos de las mismas, la degradación que hacen de la figura femenina es tremenda.

Si bien la protagonista “Lagertha”, interpretada por la actriz y directora canadiense Katheryn Winnick, es una guerrera poderosa y fuerte no por eso deja de sucumbir a la visión machista de la producción amparada en la respuesta fácil de “así eran las costumbres de los vikingos”.

Lagertha es la primera esposa de Ragnar Lothbrok, un granjero que consigue construir barcos con instrumentos de navegación revolucionarios que le permiten hacer incursiones exitosas en Inglaterra, alcanzar la fama y convertirse en un rey escandinavo, con la ayuda de su familia y sus guerreros.

A pesar de su fuerza guerrera Lagertha no está exenta del engaño del marido, que la obliga a marcharse del reino tras la llegada de la amante embarazada que no solo dará un hijo a Ragnar sino cuatro, el último de ellos será Ivar el deshuesado un hombre con discapacidad física y una mente maquiavélica que ya para la 5ª temporada se siente un dios.

Del resto de las mujeres que aparecen en la serie, es poco lo que se puede decir más allá de que son utilizadas como esclavas, objetos sexuales y la vía para engendrar los hijos de los guerreros que a la postre terminarán convirtiéndose también en hombres de guerra.

Las mujeres compran cosas y pagan favores con sexo, tienen hijos y cumplen con su función de esposas o amantes; son golpeadas, engañadas, mutiladas por tener relaciones extramaritales –a Ingrid le cortarían orejas y nariz por ese motivo aunque todo terminó en una oreja-, violentadas sexualmente por uno o varios hombres –como ocurre con Astrid- y desechadas cada vez que a la pareja en cuestión le atrae otra mujer.

Si nos detenemos un poco podemos darnos cuenta que las conductas del ser humano no han cambiado mucho desde entonces; a lo largo de la historia las acciones del hombre se replican de manera reiterada modificando quizá la forma pero no el fondo de estas.

Siglos después de la presencia e incursiones de los vikingos, seguimos siendo testigos de las guerras, el odio, la violencia extrema, las mutilaciones como expresión del desprecio hacia el otro o quizá hacia sí mismo, las luchas intestinas en aras de obtener el poder y servirse de ello para aplastar al enemigo; la palabra como un arma aún más filosa y potente que las hachas vikingas y el gran desprecio por la vida que se manifiesta en cada rincón del mundo.

La serie fue creada por el productor Michael Hirst, quien se encargó también de escribir los guiones y según algunas publicaciones,  “la producción no oculta su voluntad didáctica con la cuidadosa reproducción de la religión, la sociedad y las costumbres vikingas”.

A lo anterior agregan que Vikingos “se destaca por la fidelidad histórica, tecnológica y antropológica. Además, del gran papel de la mujer, que podía también ser guerrera, la enorme libertad en el terreno sexual y la gran religiosidad; tanto cristiana como pagana”.

Ni voluntad didáctica ni gran papel de la mujer hay en la famosa serie, solo interminables eventos violentos, sangre y muerte por todas partes en nombre de los dioses -cristianos o paganos no importa- y una visión misógina que se repite una y otra vez.

¿De verdad necesitamos eso?

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